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Situado junto a un área recreativa, se llega a ella caminando desde la Iglesia de Belmonte por la avenida de La Chocla que sigue aguas abajo el río Pigüeña. En la finca que lleva por nombre El Convento se hallan las ruinas de lo que fue el antiguo monasterio de Santa María de Lapedo, fundado en 1032 por los condes Pelagius Froilaz e Ildoncia Ordóñez, nieta del rey Bermudo II, y refundado en el s. XII por su bisnieto, el Conde Pedro Alfonso, entregándoselo a los monjes cistercienses.
El curioso nombre del monasterio (lapedo) proviene de la denominación de la época de las zonas pedregosas en las que las rocas sobresalían mucho de la tierra. Hasta el s. XIX, las propiedades del monasterio abarcaban no sólo las tierras de Miranda, Pigüeña, Salcéu y Teverga, sino también en la Babia (León), el Bajo Nalón o Los Oscos. Desde la Edad Media, la nobleza laica de los señores de Quiñones y Miranda fue lentamente minando el poder de la nobleza eclesiástica que representaba el monasterio.
Aquí, Jovellanos fue investido Caballero de la Orden de Alcántara en 1792, en tiempos ya de la decadencia del cenobio. La desamortización de Mendizábal de 1835 aceleró su desaparición, y en 1859 el Gobierno permitió al Ayuntamiento usar los materiales, que todavía no habían sido sustraídos por los vecinos, para construir la antigua cárcel, hoy día Casa de Cultura y Aula del Oro. Cornisas, fustes, capiteles, basas… del monasterio se pueden apreciar en las viviendas de algunos vecinos. Actualmente sólo se conservan restos de los muros del templo, que albergaron tres retablos, un retablo mayor barroco y dos laterales que fueron trasladados a la Iglesia Parroquial de San Martín de Calleras en Tineo.